Claves ético-teológicas para una pastoral contemporánea.
Primera parte: Ante todo, contemplar y preservar la dignidad humana
En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos
hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis. (Mt 25, 40)
Querido lector, te encuentras en una serie de reflexiones del proyecto de formación en la fe para adultos que se llama Teófilo, una iniciativa pastoral que se enfoca especialmente en la comunidad hispana en los Estados Unidos. Asumimos que nuestro Teófilo (quien ama a Dios) es quien acepta y asume la sed de Dios y, por ende, busca acercarse e incluso consolidar su experiencia de fe. Es decir, este proyecto, aunque tiene la intención de acercarse a gente de
distintas culturas y niveles de instrucción distintos, no contempla ser una propuesta
proselitista. Estas reflexiones se presentan como una guía sucinta no para estos interlocutores, sino
para los agentes pastorales quienes se comprometen en la loable tarea de acompañarlos en un
enriquecedor itinerario de fe que empieza –muy probablemente– con las ideas preconcebidas
que se sostenga sobre los acompañados 2 , a fin de que el trato para con ellos sea fiel a la
propuesta ético-teológica de la doctrina cristiana, sobre todo en nuestra realidad
contemporánea.
Me centraré en cuatro claves (en entregas separadas) que incluyen el fundamento
primigenio sobre el valor de toda persona humana; la búsqueda de la santidad, como meta
moral de todo cristiano; la acogida de la riqueza que aportan los inmigrantes hispanos a la
pastoral local y, por último, la necesidad de hacer y ser comunidad; de propiciar la participación
y de promover el servicio como respuesta a una auténtica pastoral.

Estas reflexiones se presentan como una guía sucinta no para estos interlocutores, sino para los agentes pastorales quienes se comprometen en la loable tarea de acompañarlos en un enriquecedor itinerario de fe que empieza –muy probablemente– con las ideas preconcebidas que se sostenga sobre los acompañados2 , a fin de que el trato para con ellos sea fiel a la propuesta ético-teológica de la doctrina cristiana, sobre todo en nuestra realidad contemporánea.
Me centraré en cuatro claves (en entregas separadas) que incluyen el fundamento primigenio sobre el valor de toda persona humana; la búsqueda de la santidad, como meta moral de todo cristiano; la acogida de la riqueza que aportan los inmigrantes hispanos a la pastoral local y, por último, la necesidad de hacer y ser comunidad; de propiciar la participación y de promover el servicio como respuesta a una auténtica pastoral.
Parte I: Ante todo, contemplar y preservar la dignidad humana
Era el 2013 y yo vivía en México. Durante mi trayecto en autobús de camino a la universidad, escuché un programa de radio que discutía sobre la supuesta paradoja de la juventud de hoy y de su ignorancia ante los temas más relevantes de nuestra historia. El caso es que el 30 de noviembre de ese año había muerto en un accidente de tránsito Paul Walker, de 40 años, uno de los protagonistas de la serie cinematográfica “Rápidos y Furiosos. Pocos días después, el 5 de diciembre, murió a causa de complicaciones pulmonares, Nelson Mandela, de 95 años, expresidente de Sudáfrica y activista contra el apartheid. Los comentaristas del programa de radio se mostraban sorprendidos dado a que la conmoción por el primero de los eventos se mostraba más relevante que el segundo y esto, según ellos, producto de un descabellado desconocimiento a nivel general, en especial los jóvenes. Yo estaba más bien perpleja por sus aseveraciones
Cuando llegué a la universidad compartí el comentario que había escuchado por la radio con mis estudiantes interpelándoles con la pregunta retórica: ¿Cuál de estos dos personajes tenía más valor? “¡Los dos!”, respondí tras una larga pausa. Y es que sin importar nuestros méritos o los años acumulados o el bien o el mal que hayamos hecho, todos compartimos el mismo peso de dignidad por el simple hecho de ser humanos. Esa es quizás una de las mayores prerrogativas que se nos ha concedido desde el momento en el que fuimos creados.
El numeral 1700 del Catecismo de la Iglesia Católica confirma esta afirmación cuando señala que la dignidad de la persona humana está enraizada en su creación a imagen y semejanza de Dios y que esta dignidad se realiza en su vocación a la bienaventuranza divina.
En este sentido, cada Teófilo debe ser contemplado desde la perspectiva de esa dignidad de la que ha sido dotado por encima de toda situación, género o procedencia. Y, en segundo lugar, considerando su condición de criatura de Dios e incluso –si es el caso– “hijo de Dios” por medio del bautismo, hecho que lo hermana con el resto, con cada uno de nosotros como agentes pastorales o acompañantes de camino.
Pero esta conciencia no se queda aislada, sino que exige de cada uno de nosotros que la dignidad del otro, que es nuestro hermano, sea preservada a través de actos de justicia y misericordia. La pregunta ¿dónde está tu hermano” de Génesis 4, 9 debe resonar siempre en nuestros corazones y ser nuestro faro cuando nos encontremos en la oscuridad que pueden producir los dilemas morales cuando acompañamos a un Teófilo que se muestra distinto o que, a primera instancia, o en apariencia, no cumple con las expectativas de nuestros planes pastorales.
El primer numeral de Dignitas Infinita de la Congregación para la Doctrina de la fe lo expresa de la siguiente manera:
Una dignidad infinita, que se fundamente inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre. Este principio, plenamente reconocible incluso por la propia razón, fundamenta la primacía de la persona humana y la protección de sus derechos. La Iglesia, a la luz de la Revelación, reafirma y confirma absolutamente esta dignidad ontológica de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y redimida en Cristo Jesús
Como evangelizadores, entonces, no sólo nos toca reconocer y respetar esta dignidad del otro sin importar sus circunstancias, sino es también imperativo promoverla como como nos los enseñó Jesús durante su ministerio. Contamos con numerosos ejemplos contundentes de esta enseñanza en las Sagradas Escrituras. Entre ellos, la acogida de los descartados de su época y restablecimiento de su dignidad: los niños que quería acercarse (Mt 19, 14), la viuda que pierde a su único hijo (Lc 7, 11-17), un cobrador de impuestos que quiere seguiré (Lc 19, 1- 10), Jesús conversa con una extranjera de un lugar repudiado (Jn 4, 1-26) y la sanación de un leproso (Mc 1, 41).
Finalmente, con estos actos de Jesús podemos intuir que la predicación de la Buena Nueva no tendrá ningún efecto si no se derrumban primero los prejuicios y las apatías que nos distancian de los demás. Y esto constituye una metanoia, una nueva manera de pensar, por parte de los agentes pastorales. Pero tampoco tendrá efecto sin atender a las necesidades más primarias tales como la alimentación, el techo, el vestido y la educación, y es por esto por lo que abogar por la dignidad y los derechos humanos y sociales se vuelven también exigencias cristianas.
Pero además del reconocimiento de la dignidad ontológica del otro, propongo hacia él una mirada de contemplación, ya que, en su condición como creatura moldeada a imagen y semejanza divina, está dotado de infinitud de dones y virtudes que son dignos de nuestra admiración y de nuestro cuidado.